Corresponsabilidad y nuevos roles profesionales en los cuidados de larga duración

Una de las mayores innovaciones que propone el proyecto Comunidades de Cuidados es repensar el modelo de cuidados para las personas mayores en situación de dependencia en términos de corresponsabilidad y cogestión de los cuidados entre las personas que los reciben, quienes los prestan de manera informal (familiares, amistades, vecinas y vecinos, voluntariado) y las organizaciones y profesionales que ofrecen cuidados formales, incluidas las Administraciones públicas. Abrir a la ciudadanía la posibilidad de participar activamente en el sistema puede suponer una mejora sustancial de la calidad de los cuidados y su sostenibilidad. 

Se trata de una aportación importante para avanzar hacia un nuevo modelo de cuidados de larga duración, que aspira a generar un ecosistema corresponsable de cuidados con la persona que los recibe en el centro. La corresponsabilidad, entendida en un sentido amplio, sería la clave para distribuir los cuidados más equilibradamente entre recursos formales e informales, comunitarios, públicos y privados. También entre géneros, un aspecto crucial para lograr la transformación estructural de los cuidados.

La familia y, en particular las mujeres de la familia, han sido las encargadas de los cuidados hasta ahora. Pero ese modelo familista está evolucionando rápidamente, como expuso la directora General del IMSERSO, Mayte Sancho, el pasado mes de julio en el curso de verano de la Universidad Complutense de Madrid dedicado a las oportunidades profesionales y desafíos del trabajo en los cuidados de larga duración. En la ponencia-marco con la que abrió el curso, titulada de manera elocuente “Implicaciones de los nuevos modelos de cuidados y apoyo centrados en las personas y en la comunidad”, destacó la necesidad de la “colaboración entre familias, servicios sociales, sanitarios, comunitarios y la acción voluntaria”. Una multiplicidad de recursos para hacer posible el deseo de la mayoría de la gente: vivir en casa y en el entorno de referencia hasta el final.

Se trata de un cambio sistémico y, por tanto, complejo. Requiere, para empezar, de una mayor conciencia personal de lo que supone hacernos mayores, sin dejar de contemplar la posibilidad de que afrontemos una situación de dependencia, planificando con antelación cómo queremos vivir llegado el caso, manteniendo los valores, actividades y relaciones que dan sentido a nuestra existencia.

Todavía hoy tiene una gran aceptación la idea de que, si eres mayor y tienes alguna dependencia, alguien (familiares, profesionales, una institución) va a decidir por ti y a organizar tu vida de acuerdo con sus normas. Esta visión —ampliamente superada en el ámbito de la discapacidad— sigue muy vigente en lo que toca al envejecimiento. Si nos creemos, como afortunadamente cada vez más gente cree, que envejecer no equivale a perder derechos y autonomía, debemos tomar cartas en el asunto desde lo personal hasta lo colectivo. 

Las personas mayores que participan en el proyecto Comunidades de Cuidados —tanto miembros de cooperativas de cohousing como los pueblos participantes— son buenos exponentes de ese nuevo perfil de personas mayores que van un paso más allá y se atreven a pensar cómo quieren vivir si se presentan situaciones de dependencia poniendo por delante sus derechos y su proyecto de vida.

Todas, además, tienen algo en común: otorgan una gran importancia a la comunidad en la que viven en esta etapa, participan activamente en su organización (planificación de actividades, apoyo mutuo, relaciones de buena vecindad…) y aspiran a poder vivir en su casa (cohousing, barrio, pueblo) hasta el final, incluso si se encuentran en situación de dependencia. Por eso, en ese ejercicio de planificación, también se preguntan qué tipo de recursos son necesarios para vivir en casa con apoyos. ¿Cuáles son? ¿Son suficientes? ¿Necesitamos más? ¿Son los que necesitamos tal y como están configurados?

Este cambio de mirada hacia una mayor corresponsabilidad tiene relación directa con la organización del trabajo y el rol profesional de los cuidados de larga duración de personas mayores y, también, con las condiciones laborales en las que se ejerce. La equidad de derechos entre quienes proveen y reciben cuidados es parte del nuevo pacto social para lograr cambios reales en el modelo de cuidados.

Según la secretaria de Estado de Derechos Sociales, Rosa Martínez, “El nivel de importancia que otorgamos a los cuidados y las condiciones, los derechos de las personas que cuidan, deciden el tipo de sociedad que somos”. Esta afirmación, realizada en el marco del citado curso de verano, hacía referencia a la precariedad laboral y al creciente problema de falta de personal.

Hay consenso en que hacen falta más profesionales (muchos más atendiendo a las previsiones demográficas). Aunque el Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 aún no dispone de un cálculo preciso del número de profesionales de cuidados que se necesitarán en España de aquí a los próximos años, las estimaciones actuales apuntan a que hay unas 600.000 personas trabajando en el sector (faltarían otras 50.000 para cubrir la oferta de empleo) y harán falta 150.000 más a finales de esta década.

Para la secretaria de Estado de Derechos Sociales “la falta de profesionales no solo se debe a la expansión del sistema, también las malas condiciones”: bajos salarios, alta precariedad, dolencias físicas y psíquicas, baja valorización pública del trabajo que lo convierten en un sector poco atractivo… ¿Qué valor social tienen los cuidados de las personas mayores?

En el Circulo Empresarial de Atención a las Personas CEAPs (patronal de las residencias) lo tienen claro. Su presidenta, Cinta Pascual, repitió hasta la saciedad en este mismo foro que lo que se necesita es más financiación. Mientras, desde mundo de la gerontología y el modelo de Atención Integral y Centrada en la Persona (AICP), hay consenso en que aumentar el personal y mejorar sus condiciones es necesario pero no suficiente para ofrecer cuidados de calidad: hace falta más formación y cambiar la organización del trabajo en sintonía con el enfoque de la AICP. Más profesionales, mejor pagados, sí, pero también con condiciones y sistemas de trabajo distintos, con diferentes compromisos en el modo en que apoyan a las personas en las actividades de la vida diaria.

La Estrategia estatal para un nuevo modelo de cuidados en la comunidad: Un proceso de desinstitucionalización (2024-2030) recoge esta necesidad. En su Eje estratégico 3, “Transformación de los modelos de cuidado y apoyo”, reconoce que es necesario “reconfigurar roles y equipos profesionales para enfocarse a una atención centrada en la persona y en la vida en la comunidad. Es indispensable que se desarrollen roles que tengan como función gestionar y coordinar los apoyos y cuidados y, por otro, prestar apoyos desde prácticas centradas en las personas”.

En el curso de la Universidad Complutense, organizado por el IMSERSO, las distintas personas y organizaciones participantes, expertas en esta cuestión desde muy distintos enfoques, plantearon las dificultades para redefinir el perfil profesional y las condiciones laborales del personal cuidador. Condicionantes economicistas, culturales y la falta de demanda social en este terreno, puede que de imaginación también, dificultan un cambio que se presume sistémico. Son algunos de los desafíos más acuciantes.

El modelo de Atención Integral y Centrada en la Persona marca un rumbo inequívoco en la forma en que cuidamos. Implica, por un lado, la coordinación de servicios para lograr que la atención sea integral: servicios sanitarios, sociales, de vivienda, urbanismo, cultura… La integralidad exige pensar en todas las dimensiones de la vida de una persona. El desafío es mayúsculo para unas Administraciones públicas acostumbradas a trabajar de forma compartimentada, tanto por niveles competenciales (Gobierno central, comunidades autónomas y ayuntamientos) como por departamentos (Sanidad, Vivienda, Derechos Sociales…). En este caso resultan imprescindibles sistemas de gobernanza que den coherencia a las distintas políticas. Como también son necesarios mecanismos de colaboración público-social para facilitar la participación de otros agentes comunitarios en el diseño y la gestión de los servicios de cuidados.

Existen desafíos en la gestión, la atención a la ciudadanía y hasta en la comunicación más básica. Un ejemplo muy claro: En el caso de la dependencia, un artículo de la Fundación CIVIO denunciaba el pasado mes de junio que “solo el 33% de la población que el Imserso calcula que podría beneficiarse de ellas solicita las prestaciones que contempla la Ley de Dependencia”.

Esta situación se explica también por cierta debilidad asociativa. A diferencia de otros colectivos (como el de la discapacidad), no existe un activismo organizado y fuerte en torno a los derechos de las personas mayores, pese a que por ahí pasaremos todas.

Nuevos perfiles, formación, calidad en el empleo y una organización distinta del trabajo de cuidados: la experiencia de Comunidades de Cuidados

Para abordar la complejidad de recursos que requiere poner en marcha una persona mayor en situación de dependencia, en el curso de la Universidad Complutense se citaron figuras como la/el asistente personal (figura que viene del ámbito de la discapacidad pero que en comunidades como Castilla y León también se contempla para las personas mayores en situación de dependencia), el personal de referencia, la figura de gestor/a de casos (en Plena Inclusión se refieren a este perfil como “facilitador/a de planes de vida”) y perfiles relacionados con el desarrollo comunitario.

En Comunidades de Cuidados hemos puesto en marcha experiencias valiosas, que ponen de manifiesto la necesidad de una colaboración público-comunitaria más intensa y flexible, en línea con un enfoque de derechos sociales. El desarrollo comunitario, la formación para un buen envejecimiento y los recursos directamente vinculados a cuidados sociosanitarios (tanto de coordinación como de atención directa), son las tres grandes áreas en las que hemos apoyado con recursos profesionales a las siete cooperativas de cohousing y los seis pueblos participantes.

El proyecto ha puesto a su servicio un equipo de profesionales de dinamización comunitaria, facilitación, terapia ocupacional, fisioterapia, pedagogía, gerontología, enfermería, psicología, etc. que han proporcionado asesoramiento, formación, atención directa y estímulos de todo tipo para favorecer su empoderamiento, autonomía y sostenibilidad una vez que finalice la andadura de Comunidades de Cuidados en diciembre de 2024.

En el caso de la línea de trabajo en entornos rurales, las personas que han acompañado a los pueblos han sido piezas fundamentales del proceso de trabajo. Se requiere un buen conocimiento del territorio y la capacidad de generar “vínculos y conexiones entre las personas y diferentes agentes del entorno donde viven”. Su labor sería equivalente en cualquier barrio urbano. No obstante, en los pueblos, además, es imprescindible tener presente la triple interacción entre longevidad, despoblación y falta de servicios básicos para lograr una intervención diferencial en materia de cuidados.

La pertinencia de este perfil de dinamización o desarrollo comunitario viene avalada por otros proyectos que muestran cómo una comunidad cohesionada favorece los cuidados en comunidad. Es el caso del proyecto Mi casa. Una vida en comunidad de Plena Inclusión (que forma parte de la plataforma de proyectos financiados por el Ministerio de Derechos Sociales para experimentar y obtener evidencias sobre alternativas de cuidados de larga duración con base comunitaria), que ha puesto en marcha una escuela para formar conectores comunitarios

La formación en un amplio rango de saberes ha sido también una parte fundamental del proyecto: conocimientos en materia de los derechos de las personas en situación de dependencia, del tipo de recursos disponibles (distintos modelos de vivienda, centros de día, etc.), testamento vital, la importancia de la autoestima a medida que envejecemos o la sexualidad en la vejez, han sido algunos de los temas sobre los que se han impartido charlas en distintas comunidades, ayudándoles así a adquirir habilidades y conocimientos para autoorganizarse.

La formación ha tenido un peso específico importante en la línea de trabajo con cooperativas de cohousing. En el marco del proyecto, se ha desarrollado una metodología pedagógica —que hemos llamado Taller 3— para ayudarles a planificar su estrategia de cuidados y permitir su replicabilidad por parte de otros grupos. La idea es que el cohousing pueda ser un hogar en el que vivir toda la vida, también si se presentan situaciones de dependencia. Para que sea posible, es necesario prever de qué forma puede continuar la vida en la comunidad cuando cambian drásticamente nuestras capacidades. Y todo ello, sin replicar los modelos de cuidados institucionalizados. 

La complejidad para poner en marcha una cooperativa de cohousing hace necesaria una intensa labor de acompañamiento en distintos ámbitos: legal, financiero, arquitectónico… y también en materia de cuidados, donde todavía hay escasos referentes de formas alternativas de vivir con dependencia en comunidades de este tipo. En el marco del proyecto, han participado en este acompañamiento profesionales de la facilitación y personas expertas que han intervenido en materiales formativos sobre distintos aspectos de los cuidados (envejecimiento activo, derechos, tecnología, final de vida, etc.). Para llevar a cabo este tipo de acompañamiento en materia de cuidados, la experiencia de Comunidades de Cuidados revela que es imprescindible contar con conocimientos sólidos de gerontología y AICP.

En el caso de las profesiones de atención directa, Comunidades de Cuidados ha impulsado distintos servicios en los pueblos, como podología, fisioterapia y terapia ocupacional. Este tipo de recursos favorecen la prevención de la dependencia, el mantenimiento de las capacidades funcionales y, con ello, contribuyen a hacer posible seguir viviendo en casa y en el pueblo. En este caso, más que la innovación en cuanto al rol profesional, la clave está en disponer de ellos en el propio municipio, con espacios y medios adecuados para ello (el espacio sociocomunitario de Muñoveros y la terapia ocupacional en Fresnedillas de la Oliva son buenos exponentes de la labor de Comunidades de Cuidados).

Para la coordinación de recursos de atención a la dependencia, la figura —contemplada en el modelo de Atención Integral y Centrada en la Persona— del/la gestor/a de casos es particularmente interesante. Este perfil se abordará en la formación sobre AICP en el cohousing que ofrecerá Comunidades de Cuidados en el mes de septiembre como herramienta del modelo para lograr un abordaje integral del bienestar de una persona en situación de dependencia.

Con el objetivo de determinar qué recursos personales, familiares, comunitarios, públicos y privados debemos activar para lograr unos cuidados dignos, la horizontalidad y la búsqueda de una mayor corresponsabilidad en los cuidados entre todos los agentes implicados ha sido uno de los ejes de trabajo de Comunidades de Cuidados. Las personas participantes en el proyecto están, en muchos aspectos, en vanguardia del nuevo modelo que, poco a poco, está fraguando. Reclaman un mayor protagonismo ciudadano en cómo se llevan a cabo los cuidados de las personas mayores con dependencia en el seno de una comunidad, ya sea en un pueblo o en un cohousing. Sus aportaciones y demandas pueden contribuir a configurar ese nuevo modelo, también en su dimensión profesional.

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