Hacia nuevas formas de hacernos mayores en las comunidades de cuidados rurales

La línea de trabajo en entornos rurales de Comunidades de Cuidados propone, de forma transversal en todas sus actividades, una nueva mirada sobre la forma en que nos hacemos mayores. Desde un enfoque comunitario, nos proponemos contribuir a derribar estereotipos y generar nuevas formas de vivir plenamente esta etapa de la vida, con plenitud de derechos.

«Envejecer hay que envejecer, es ley de vida», dice Pedro Masa. Este vecino de Santa Cruz de la Sierra no siente que lo traten de forma diferente por ser mayor aunque sí percibe «soledad» en el pueblo. Es optimista y cree que «poquito a poquito» está cambiando «a mejor» la forma de hacernos mayores. Se muestra satisfecho con los recursos a su disposición para «envejecer bien», lo único que considera insuficiente es la atención sanitaria.

¿Qué es ser mayor? ¿Hay diferencias entre envejecer en un pueblo pequeño y en un núcleo urbano? Las personas mayores de las tres localidades cacereñas que están desarrollando sus Comunidades de Cuidados están en general satisfechas con la experiencia de vivir en un entorno rural, aunque confiesan su preocupación por la despoblación y la falta de niños y niñas. Pese a todo, Noelia Galán, técnica del proyecto de UDP en Extremadura, señala que «la relación con la población infantil es muy estrecha y positiva y se comparte tiempo de calidad», algo en lo que el proyecto trata de incidir fomentando actividades intergeneracionales a lo largo del año.


Actividades diversas para personas y pueblos diversos

«La diversidad que se aprecia en la vejez no es una cuestión de azar. En gran medida se debe a los entornos físicos y sociales en que se encuentran las personas», según la Organización Mundial de la Salud (OMS).  Atendiendo a esta realidad, desde el proyecto nos preguntamos: ¿cómo podemos actuar para que esos entornos físicos y sociales contribuyan a una mayor calidad de vida? ¿Y cómo podemos hacerlo en los pueblos, en un contexto de creciente despoblación en el que la mayor parte de los recursos se concentran en las ciudades?

Lo primero que llevamos a cabo desde el proyecto Comunidades de Cuidados son diagnósticos participativos para conocer la realidad, las necesidades y los recursos de cada pueblo. A partir de ahí, acompañamos un proceso de reflexión a nivel personal y comunitario para generar una mayor sensibilización sobre el proceso vital del envejecimiento, por el que pasamos todas las personas. Esa labor de sensibilización es tan diversa como lo son cada una de las comunidades rurales y los temas por los que han mostrado interés en los diagnósticos participativos. Para muestra un botón: este mes hemos organizado una charla sobre «Sexualidad, afectividad y autodescubrimiento erótico en personas mayores» en Fresnedillas de la Oliva y unos talleres para elaborar coronas navideñas con las que decorar las calles con motivo de las fiestas de fin de año.

A medida que avanza el proyecto, se hace más evidente la necesidad de generar espacios de encuentro en los que compartir la experiencia de hacernos mayores: cómo lo vivimos, cómo nos sentimos al respecto. En octubre, Noelia Galán, psicóloga de profesión, organizó una charla-taller sobre salud mental y, en concreto, sobre la importancia de una buena autoestima, que tuvo una acogida magnífica. «Queremos más actividades de este tipo». Las personas participantes lo dejaron claro: faltan recursos que atiendan debidamente la salud mental de las personas mayores y encuentros como este, en el que hubo tiempo para charlar tranquilamente y en confianza de ciertos malestares, miedos y también alegrías, son muy necesarios.

En la charla abordaron de qué forma los estereotipos sobre el envejecimiento afectan a su vida, a cómo se perciben personalmente y cómo creen que los perciben los demás. ¿Dejas de hacer cosas porque piensas que a tu edad ya no toca o no está bien? ¿Te tratan de forma diferente por ser mayor? ¿En qué medida crees que afectan a tu salud estas ideas preconcebidas negativas sobre el hecho de ser mayor?

Aunque la salud mental es un tema de moda ahora mismo, no está tan claro en lo que toca a las personas mayores. Ya se sabe: a partir de cierta edad, de todos nuestros males tiene la culpa el calendario. Pero, ¿realmente es así? Las nuevas generaciones de mayores no están de acuerdo.

Pilar Bengoa, Eugenia Paredes y Valentina Masa, vecinas de Santa Cruz de la Sierra, conversan sobre lo que supone para ellas ser mayores. A diferencia de Pedro, sí que perciben que les tratan de forma diferente por su edad, lo que choca de plano con la percepción que tienen de sí mismas, con sus sentimientos. «Mi manera de pensar no va con mi cuerpo —asegura Valentina—, yo me siento todavía con ganas de vivir. Yo todavía no digo nunca ‘esto no lo voy a hacer porque soy mayor’ porque soy muy positiva. Yo digo ‘no puedo fregar esto como hacía antes en un día, pues lo hago en dos, pero lo hago y no me echo abajo'».

Pese a que este fenómeno de sentirnos más jóvenes de lo que dice nuestro carné de identidad es mayoritario, lo cierto es que, con frecuencia, las arrugas disparan toda clase de automatismos edadistas que, al final, impiden que veamos a la persona. La etiqueta «persona mayor» opera en muchos niveles más o menos conscientes y de nada sirven los llamamientos de la OMS cuando dice, por ejemplo, que «no hay tal cosa como la persona mayor ‘típica'». 

Eugenia Paredes lo resume así: «Nos hacen sentir mayores de lo que somos, cuando nosotros nos sentimos jóvenes todavía. Es verdad, tengas la edad que tengas, tu mentalidad sigue siendo joven». Tal vez no esté tan claro si eso que denominamos como «juventud» corresponde a un tramo de edad concreto dentro del ciclo de la vida o a una actitud abierta a la vida, curiosa, ávida de descubrir cosas nuevas cada día.

Noelia Galán constata que las personas mayores se sienten afectadas por la «opinión peyorativa» hacia ellas en una sociedad que ensalza «valores de juventud» y que se refleja, por ejemplo, en la publicidad de los medios de comunicación. Por eso decidieron organizar estas charlas sobre salud mental. «Nuestra finalidad era saber cuáles de esos estereotipos sobre la edad habían experimentado en primera persona y qué opinión tenían ellos y ellas al respecto: si consideraban que esas ideas eran ciertas, si les afectaban y, en caso de ser así, de qué manera».

Aunque en otras actividades ya se habían expresado opiniones sobre estos temas, «abordarlas directamente permitió que todas las personas participantes, sin excepción, compartieran el hecho de haber experimentado comentarios, conductas y actitudes que denotan edadismo», asegura Galán.

«Piensan que ellos tuvieron más respeto por sus mayores cuando eran jóvenes que el que perciben ahora por parte de los jóvenes (y no tan jóvenes). Uno de los hechos que más peso consideran que tiene en este tema es lo mucho que ha cambiado la vida en las últimas décadas, con un ritmo más frenético y acelerado que sienten que no pueden seguir», explica.

Otro aspecto que genera una importante brecha generacional es la irrupción en nuestra vida de las nuevas tecnologías, cuya aplicación en muchos casos es claramente discriminatoria al no tener en cuenta a todas las personas usuarias. «Destacan como positivo de las tecnologías el hecho de acercarnos por medio de llamadas y videollamadas que les permiten ver más a los nietos, aunque vivan en otra ciudad, pero les genera mucha frustración la obligación de tener que hacer muchos trámites de manera digital forzosamente», señala Noelia Galán.

La gestión de las citas médicas y los trámites bancarios son los temas que más les preocupan y limitan, pero también otros a priori menos importantes, como por ejemplo sacar unas entradas para ver una obra de teatro. Todo ello les genera una sensación de discriminación hacia ellas por parte de la sociedad actual. «Para pedir cita con las máquinas… no te aclaras. Si no fuera por mi hijo, muchas cosas no entendía, porque no eres capaz de defenderte a través del teléfono, las tarjetas del banco… Es imposible, porque tienes 77 años y no tienes la capacidad de aprendizaje de cuando tenías 30 o 40», se queja Valentina Masa.

Aunque hay en marcha innumerables iniciativas de formación para salvar la famosa «brecha digital», no deja de resultar curioso que esta cuestión se aborde como un debe que está, exclusivamente, en el lado de los mayores y nunca o casi nunca en el de las entidades, instituciones y personas que diseñan y ponen en marcha nuevas herramientas tecnológicas. Así pues la receta habitual para resolver esta desigualdad es formación para las personas mayores.

Por ello resultan muy interesantes experiencias como la que ha puesto en marcha Donostia Lagunkoia (San Sebastián Amigable) para contribuir a la equidad digital. DIGITAHAL, «un marco que, a modo de guía, identifica cuestiones sobre las que poner el foco, reflexionar y generar acción a la hora de digitalizar un servicio, programa, proyecto… en definitiva, la digitalización de iniciativas en clave humanista».

Los impulsores de esta guía creen «que se debe ir más allá de la consideración de la brecha digital como un asunto que incumbe a las personas que se encuentran en ella, y que implica su responsabilidad personal por ‘capacitarse’. Porque la brecha digital implica, incluso en mayor medida, a las personas y organizaciones que digitalizan las iniciativas, que son quienes debemos contar con mayor capacidad para un diseño social de dichos servicios, programas o proyectos a digitalizar, de manera que nadie quede atrás».

El gran problema de la atención sanitaria

Uno de los grandes problemas en los que las personas mayores perciben un trato discriminatorio es la atención sanitaria. A la falta de recursos en el medio rural, agudizada y justificada con el fenómeno de la despoblación, se suman actitudes edadistas. «Si hay una necesidad de un joven y un mayor y tienen una sola solución se la dan al joven y al mayor le dejan que se muera, como ha sido en la pandemia…» dice tajante Valentina Masa.

Aunque la atención sanitaria es uno de los elementos clave para la calidad de vida, especialmente tras la pandemia han quedado al descubierto las lagunas de un sistema público que sigue sin dedicar recursos a la atención primaria, pese a los constantes llamamientos de la OMS en este sentido y a que estamos en plena Década del Envejecimiento Saludable, que plantea como una prioridad global «ofrecer una atención integrada y centrada en las personas, y servicios de salud primarios que respondan a las necesidades de las personas mayores».

A pesar de que, lógicamente, el proyecto Comunidades de Cuidados no tiene capacidad en el ámbito de la atención sanitaria, sí que se están haciendo esfuerzos para mejorar los entornos físicos y sociales de los pueblos y para generar herramientas y capacidades para el autocuidado y el cocuidado. Entendemos, como dice la OMS, que actuar en los entornos afecta a «la salud de forma directa o a través de la creación de barreras o incentivos que inciden en las oportunidades, las decisiones y los hábitos relacionados con la salud».

Nuestro objetivo, en línea con los objetivos de este organismo mundial, son «mejorar la capacidad física y mental y retrasar la dependencia de los cuidados», promoviendo que las personas mayores puedan vivir en su casa y en su pueblo el mayor tiempo posible (idealmente, hasta el final de la vida) con una amplia variedad de intervenciones que van desde la terapia ocupacional a la poesía.

«Tiene un impacto muy positivo para la propia comunidad —destaca Cristina Martín, de la asociación Andecha, coordinadora del proyecto Comunidades de Cuidados en las localidades de Fresnedillas de la Oliva, Maranchón y Muñoveros—, puesto que aumenta el índice de sentido de comunidad, aumenta las redes y densifica el tejido social de los lugares en los que se ubican estas iniciativas. Esto hace que conserven sus capacidades durante muchísimo más tiempo a nivel cognitivo, a nivel físico…».

Las Comunidades de Cuidados rurales: la activación de la comunidad como factor de bienestar y calidad de vida

El proyecto cuida especialmente el impacto en la calidad de vida y en la salud de las actividades y servicios puestos en marcha, algunos de los cuales tienen un carácter específicamente sociosanitario. Es el caso del servicio de terapia ocupacional puesto en marcha en Fresnedillas de la Oliva, con 20 personas inscritas y donde ya hay lista de espera. También en esta localidad madrileña se celebró una charla para orientar sobre lo necesario para poner en marcha un centro de día, a partir de la experiencia de la cooperativa Redes.

Los objetivos de las comunidades de cuidados rurales son ambiciosos. En Fresnedillas de la Oliva por ejemplo, están viendo la posibilidad de poner en marcha distintos recursos para las personas mayores. Para ello, invitaron a David Ávila, de la cooperativa REDES, para que les diera algunas claves sobre cómo poner en marcha un centro de día comunitario. También contaron con la experiencia de la asociación Cicerón, que cuenta con varias viviendas de mayores en Castilla-La Mancha, con el fin de explorar alternativas que puedan ajustarse a las necesidades de esta localidad madrileña.

El voluntariado es otro de los ejes de trabajo de las comunidades de cuidados rurales. En Maranchón se está proporcionando formación a personas voluntarias en el enfoque de atención integral y centrado en la persona para lograr un tejido vecinal que conecte a las personas mayores del municipio, también las que viven en la residencia local. Este es, quizás, uno de los mayores logros del proyecto hasta el momento en este pueblo de Guadalajara: lograr que un buen número de personas mayores salgan regularmente de la residencia para participar en actividades en el seno de la comunidad y que su vida no transcurra íntegramente entre los muros de una institución.

También en Maranchón hemos puesto en marcha una actividad de jardinería y horticultura terapéutica con la intención de que el invernadero local se convierta en un espacio de encuentro intergeneracional en el que, a partir de la relación con las plantas y la interacción entre la vecindad, se puedan abrir canales de comunicación entre generaciones y activar las redes vecinales.

Mientras, en la localidad segoviana de Muñoveros el grupo motor ha desplegado un sinnúmero de iniciativas para mejorar la vida en el pueblo, apoyando a las personas mayores y a sus cuidadoras atendiendo a las múltiples dimensiones del cuidado. Una de sus actividades más significativas y transformadoras es «Susurradores de versos», un espacio para la creatividad en prosa y en verso en torno a la idea y el proceso del envejecimiento, tal y como cada persona lo experimenta.

Este mes de diciembre los versos han pasado del susurro al libro gracias a la edición de Muñoversos, un libro en el que catorce personas que participan habitualmente en el taller Susurradores de versos han aportado sus poemas inspirados en fotografías de la localidad. Como destacan en la editorial que lo ha publicado, Petalurgia, Muñoveros «es pura poesía».

Como puede verse en la diversidad de pueblos y actividades, Comunidades de Cuidados está generando mucha experiencia y conocimientos sobre la necesidad y la forma de activar la vida comunitaria en los pueblos. Nuestro objetivo —hacer posible que las personas mayores puedan seguir viviendo en su casa y su entorno hasta el final con los apoyos necesarios— actúa así como una palanca para mejorar la calidad de vida de toda la población, creando los recursos y lazos de apoyo mutuo que necesitamos durante toda la vida.

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